miércoles, 17 de febrero de 2010

Breve historia de París

LOS PARISES DE LA FRUSIA
Los suizos, por pura envidia hacia su país vecino, califican a Francia como la “Frusia” o “La Frusie”. Todo se debe a un clásico pique de vecinos, en el que los suizos han podido comprobar claramente cómo los franceses son ampliamente superiores tanto a nivel cultural como a nivel de la belleza del país. Para referirse a los franceses, por tanto, utilizan la variante “fruso” o “frus”. Dichas acepciones suizas proceden del sustantivo español fruslería, es decir, dícese de aquella cosa de poca valor o entidad. De modo, que podemos comprobar claramente cómo intentan desacreditar los suizos a los franceses refiriéndose a ellos de manera despectiva como “poca cosa”, pero si hemos de ser sinceros, se trata todo de pura envía.

CARLA Y SARKO
Sarkozy no paga las facturas de la luz, todo el mundo lo sabe. Ese es el motivo por el cual en París no hay sol. Así que si buscáis algún responsable al que poder culpar del cielo gris y nuboso, del frío desmedido y de la lluvia constante, pueden dirigir los ruegos y quejas a la persona de Sarko. En realidad, la instigadora de todo este corte eléctrico es Carla Bruni, con sus caprichitos y abrigos caros, que obliga a Sarko a gastarse todo el presupuesto de las arcas municipales en sus derroches. El motivo por el cual los frusos están siempre en la calle, protestando y manifestándose ante la Place de la Republique es precisamente a por el impago de las facturas de la luz de Sarkozy y la falta de sol que sufren los franceses y más concretamente los parisinos.

JUEGOS LOCALES
El juego más típico y tradicional de la capital francesa es el de las espaditas o espadas de madera. De hecho, todo el mundo lleva una en su bolso, por lo que pueda pasar y sobre todo porque cualquier momento, por inesperado, puede ser bueno para ponerse a jugar.
Según algunos historiadores fue precisamente la reina María Antonieta la encargada de introducir esta práctica en la capital francesa, algo que analizaremos con mayor detenimiento en el apartado que versa sobre esta reina.

POSTRES TÍPICOS
Los tapanarices, o tapanariz-en su forma singular- es la golosina típica por excelencia de los Parises de la Frusia. Como su propio nombre indica, son unos caramelos con forma de tapón rosa para las orejas, de esos que eran de cera y tu mama te los amoldaba hasta metértelos y dejarte sorda (gracias a dios ya han evolucionado y los hacen de silicona, por lo que rogamos disculpas a las nuevas generaciones que no vivieron estos calvarios y a la que esta terminología le puede resultar desconocida). El caso es que los niños franceses se introducen en la nariz estos dulces tan dulces cuando se montan en el metro para así no padecer el hedor del metro parisino. Luego, al salir, se los comen tan ricamente mientras cantan: “yo tengo un moco, lo saco poco a poco, lo redondeo lo miro con deseo y me lo como pero me sabe a poco… ¡volvamos a empezar! Llegados a este punto, se introducen otro tapanariz en la nariz y se lo vuelven a llevar a la boca. Estas golosinas o bombón, como la llaman los franceses, no solo se comen en el metro. Tradicionalmente se comen como postre y, sobre todo, en la merienda. Suelen fundirla dentro del chocolate o té, y es habitual acompañarla también [la merienda] de ositos. Por ello, en las grandes superficies podemos encontrar paquetes de ositos y tapanarices.

PALACIOS Y PRINCESAS
Francia ha contado con innumerables reinas y princesas que pasaron a la historia por muy variados y diversos motivos. Pero sin duda, la reina que pasó a la historia por encima de cualquier otra es María Antonieta, archiduquesa de Austria, Princesa de Hungría y Reina de Bohemia. Con tan solo 14 años celebró sus nupcias con el heredero al trono francés, el futuro Luis XVI, y aquí empezaron sus problemas. Luis XVI era considerado como un hombre poco atractivo. Dicen las crónicas de la época que Luis era muy alto y desgarbado, que no estaba dotado para la vida social, que era un devoto religioso y -por si fuera poco- no se le conoce ningún amante (hombre o mujer). María Antonieta, pese a su insistencia, no logró consumar la unión hasta tres años después de su matrimonio. Es por eso que decidió buscarse un amante. Escribió al embajador de Austria en Paris, el conde Mercy. Dicho conde era un señor bastante educado que pasaba el día diciendo merci, merci beaucoup, merci bien, etc. para que le buscase un maromo con el que calmar sus necesidades. Mercy, rápidamente recluto un grupo de maromos en las calles de la capital frusa y los llevo a Versalles para que María Antonieta eligiese. La reina vio al final del grupo de muchachos un joven hermosísimo y gritó: ¡¡¡¡ el del fin, el del fin!!!! Le asignó todo un ala del palacio que paso a denominarse entre las damas de la corte como “las habitaciones del Delfín”. Actualmente no conocemos detalles sobre la procedencia ni el estatus del Delfín. Tras analizar la correspondencia de María Antonieta y su diario privado, creemos que ésta nunca se molestó en conversar con él, de hecho no tenía diario ni ningún tipo de correspondencia. Así que este dato no lo hemos podido verificar con mucha fiabilidad.
A la pobre chica le pasó de todo desde que puso el pie en la Frusia. Al poco de llegar a Versalles, tuvo un enfrentamiento con Madame du Barry, la amante de Luis XV. La Madame en cuestión sacó a la luz los problemas sexuales de Luis XVI y la recriminó por tener como amante al Delfín. El motivo verdadero y real (nunca mejor dicho) de todo este alboroto era que todas las damas de la corte estaban un poco celosas y enamoradas en secreto del Delfín, por ello una de sus cuñadas la llamó l'autrichienne, algo que nos puede parecer lógico ya que era austriaca. Pero su cuñada, una mujer malvada, frígida y fea, lo que realmente quería llamarla era autruche y chienne –es decir; avestruz y perra-.
De modo que María Antonieta nunca fue querida en la corte versallesca. Las damas parloteaban de su mala reputación y sus elevados gastos en fastuosas ceremonias, tapanarices y torneos de espaditas, pues fue María Antonieta la inventora de éste maravilloso juego infantil consistente en emular un duelo de espadas. Éste era una de sus principales diversiones, en el que se apostaban grandes sumas de dinero, lo que fue aprovechado para tacharla de despilfarradora. Tuvo problemas de carácter económico con joyeros, zapateros (Manolo Blahnik se negó a fiarle más zapatos) espaderos, peluqueros, tapanariceros, etc. En los libros de cuentas versallescos apreciamos que el tapanaricero real ganaba más que cualquiera de los ministros de Luis XVI. Por su parte, la reina no podía vivir sin este vicio. Cuentan las crónicas de la época que el tapanaricero tenía una suntuosa casa en el Hameau, el mini pueblo que se hizo construir “La Mari” –como se hacía llamar- donde recogía la leche en la lechería, visitaba la herrería, los huertos, la fábrica de espadas, la panadería, el molino, el palomar, la tapanariceria… Se llega incluso a insinuar que mantuvo una relación amorosa con él, aunque aún no está confirmado.
Siguiendo con los edificios versallescos, encontramos el Pequeño Trianón. Este palacete estival, algo apartado del palacio, fue un regalo de boda del Rey de Francia a su esposa. Fue bautizado así ya que allí vivía uno de los más famosos amantes de “La Mari”, apodado “Trianón”. Fue apodado así ya que se negó a hacer tríos con el Delfín, pues María Antonieta quería alternar con ambos. Trianón repetía y repetía una y otra vez: “tríos non, tríos non…”, y de ahí su nombre.
Las malas lenguas comentan que María Antonieta también busco la afectividad que nunca le dio Luis en ciertas “damas” de la corte (María Teresa de Lamballe y Julia de Polignac) a las que hacía vivir en su mini pueblo. Estos affairs han sido analizados y contrastados, concluyendo todos los historiadores que mantuvo relaciones lésbicas con ambas mujeres. Es por ello que es considerada como un símbolo del amor homosexual. Símbolo que perdura en la actualidad, ya que la asociación de gays y lesbianas estudian imprimir la cara de María Antonieta sobre su bandera multicolor, e incluso se oyen voces que amenazan con demandar al estado francés ya que creen firmemente que guillotinaron a María Antonieta por lesbiana y no por reina consorte.
Uno de los más graves problemas fue el del famoso “Caso de la Espada”, la más soberbia espada de diamantes y madera que se viera en muchos siglos. 647 piedras entre diamantes y piedras semipreciosas de 2.800 quilates. Tasada en 1.600.000 libras, los famosos joyeros Boehmer y Bassenge la habían confeccionado para la amante Du Barry, favorita del Rey Luis XV, pero al morir Luis XV de viruela, su amante se quedó sin los diamantes. Fue ofrecida a María Antonieta, que la rechazó por su elevado coste económico. Un complot de condes, condesas y cortesanas versallescos adquirieron la espada por medio de engaños haciendo creer a sus vendedores que era para María Antonieta por medio de cartas falsificadas. Todo esto dio muchísimo que hablar, incluso se inició un proceso judicial para clarificar todo esto. María Antonieta fue obligada a declarar ante el tribunal, que lo consideró como un hecho habitual en la Reina.
Lo más preciado para María Antonieta de su palacio era sin lugar a dudas el parqué, su parqué. Obligaba a todo el personal de palacio, damas de compañía, nobles de la corte, etc. a ir descalzos para no dañar su parqué, hecho que acrecentó aún más si cabe el odio que la corte le profesaba. Otro objeto algo atípico que “La Mari” escondía en su palacio eran los extintores. Hizo colocar uno en cada uno de los rincones de Versalles. El motivo de esta obsesión casi neurótica era su temor a que una burguesa perversa y con ansia de poder llamada Amparo, conocida por su piromanía, pudiera prender fuego a todo Versalles.

MUSEOS Y TESOROS
El Museo del Louvre es de sobra conocido por todo el mundo. Entre sus obras típicas y tópicas encontramos la Victoria de Samotracia, la Venus del Milo, La Giacconda… Por eso, siempre que se quieren visitar estas obras están a rebosar y es imposible discernir nada. Así que desde esta guía de historia tan particular y tan breve os queremos mostrar el verdadero y auténtico tesoro del Louvre, El David, de Miguel Ángel. Los mercaderes de lana de la antigua Florencia se plantearon construir doce esculturas en homenaje a los personajes del Antiguo Testamento. Miguel Ángel, que tras la expulsión de Florencia de la familia Médici, su mecenas, se había visto obligado a volver a la casa de su padre. En 1501 la Opera del Duomo de Florencia le encargó oficialmente la escultura del David a Miguel Ángel, veinticinco años después de que Rossellino abandonase el trabajo sobre el bloque de mármol. No obstante, y ante la voluntad reiterada de los franceses en época napoleónica de dedicarse al expolio, decidieron quedárselo e incorporarlo como uno más de los tesoros del Louvre. La escultura está escondida de las miradas de los visitantes, ante el temor de los parisinos de que un posible hurto italiano. Por eso, El David está oculto en una cámara acorazada, pero previa reserva y pago de cifras astronómicas si así lo deseáis podréis disfrutar de una visita privada y exclusiva a este tesoro tan particular. No os engañéis. Si habéis ido a Florencia y habéis pagado por ver El David, os han timado, pues el que allí se encuentra es una burda imitación, una copia barata, al igual que las tantas muchas otras que rodean las plazas y miradores de Florencia.
Tal era la pasión y fascinación de Napoleón por el Louvre y sus obras, que se hizo construir allí una serie de aposentos que le permitieran poder contemplar las obras desde la quietud de su habitación y sin tener que abandonar el museo. Lo que ocurrió, fue que finalmente fue desterrado a la isla ésta lejana y ya no pudo estrenar el cuarto y los aposentos y tal. Por eso ya se lo cedió a su sobrino, el conocido como Napoleón III, quien lo heredó gustosamente. El amor por el arte de Napoleón le llevó incluso a hacer retirar a la Gioconda de su lugar habitual en el Louvre para colocarlo en su cámara personal, por eso sus esposas, primero Josefina y posteriormente María Luisa de Austria, comenzaron a sentirse celosas, por lo que María Luisa se retiró a Austria.
Otro de los museos de mayor importancia y vanguardia de París es el centro Pompidou. Y la obra más importante que acoge, el Guernica de Picasso. La suya es también una historia muy peculiar. El famoso pintor malagueño pintó su cuadro en los meses de mayo y junio de 1937 para conmemorar el bombardeo sufrido el año anterior en la ciudad vasca de Guernica. Fue realizado por encargo del Gobierno de la República Española para ser expuesto en el pabellón español durante la Exposición Internacional de 1937 en París, con el fin de atraer la atención del público hacia la causa republicana en plena Guerra Civil Española. Tras su periplo por Nueva York, a causa de la dictadura franquista, el cuadro llegó de nuevo a España en 1981, y se exhibió durante varios años en el Museo Reina Sofía de Madrid. Lo que no sabe mucha gente es que con motivo del Mundial de Fútbol que Francia acogió, en 1998, los frusos decidieron llevársela de vuelta a París, más concretamente al Pompidou, como reclamo turístico para los millones de aficionados al fútbol de todo el mundo que se iban a dar cita en la capital frusa. Así que desde esa fecha, el cuadro de Picasso se encuentra en París, y no en Madrid como muchos creen. Por tanto, si vais a Madrid, al Reina Sofía, y os hacen pagar por ver el Guernica, os están timando de nuevo, pues se trata de otra burda imitación.
París cuenta también con una serie de tesoros algo menos culturales y un poco más desconocidos pero a la vez igualmente interesantes que el resto de sus museos. Nos referimos a la casa Sephora de maquillaje y a la de bolsos Lollypops. Ambas firmas tienen un origen histórico muy claro, pues la primera procede de la afición de la corte francesa por espolvorearse maquillaje blanquecino por toda la cara, a juego con sus pelucas, y la segunda tiene su razón de ser en la moda que se instauró también en la corte francesa, más concretamente entre las damas de compañía, de lucir unos novedosos objetos bautizados como “bolsos” que les permitían guardar y llevar consigo sus enseres personales. En ambos casos, la instigadora principal de ambas modas fue, cómo no, María Antonieta.